Tocar

Tocar tal vez sea uno de los verbos más intensos en mi uso diario. El tacto en sí es un idioma diferente, casi un mundo de intensidades y códigos ocultos a plena luz del día. Las texturas tienen la capacidad de emocionarnos o disgustarnos, como si de un perfume se tratara, para trasladarnos a un trance de recuerdos, emociones o ideas con un simple, valga la redundancia, contacto. 

Esta complejidad fractal que se encuentra en todos los sentidos cobra un especial carácter en el mundo de las texturas, quizás sea por su condición de elemento físico y tangible, o quizás sea por tratarse de un elemento extraño a nosotros que sin más preámbulos nos transmite todo lo que es.

Uno puede pensar al decir esto que es una lectura romántica de un cuerpo inerte e insulso como una piedra de tacto curioso, pero el tacto entre humanos es quizás el medio de comunicación más intenso no necesariamente físico pero en todos casos conectivo.

No es casualidad que el empleo del verbo tocar lo empleemos en acciones tan etéreas como el "contacto" visual: esa situación no cuantificable donde se requiere que dos personas se miren a los ojos y que a su vez, el mero cruce de estas miradas no implica el contacto; "tocar" la música es en sí una abstracción del contacto necesario para la mayoría de instrumentos, y sin embargo en el acto de tocar la música, el trámite físico del hombre con el instrumento es la menos interesante de las situaciones en la acción.

De esta forma y para mi, el tacto queda como una capacidad que posee la materia, que dadas unas circunstancias permite una ruptura de las barreras físicas generando una reacción en el alma, que eso sí, puede desembocar en lo físico como quien escucha "tocar una pieza musical" y llora.

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