Del sitio al lugar

Lo bueno de la tradición es poder cuidarla y disfrutarla para olvidarnos de ella y volver a sorprendernos algún día de que siga allí.

Hay algo especial en pasear por un casco antiguo, pero aún más en observarlo, entenderlo y dejar que algo intangible te haga apreciar la sucesión caótica de edificios que generan entre sí una red de caminos y perspectivas olvidadas.
La aportación de la arquitectura tradicional es la sorpresa, sus espacios intersticiales, los caminos accidentales y la pátina irregular que moldea la estratificación en el tiempo de cada paramento.

Todos hemos encontrado un sitio así, para nosotros convertido en lugar por lo que nos ha hecho sentir al pasar por él. 
Abanilla es uno de esos espacios cuya atmósfera te lleva a un tiempo no definido, constante pero alejado, donde el ambiente de tradiciones es el mismo de siempre

Esta vez el lenguaje de los edificios no es egocéntrico, es sinérgico con el lugar, no son piezas aisladas sino partes de un conjunto que se unen y se separan dando vida a un entorno. 
La mampostería, la cal y la teja árabe envejecida por los años responden humildemente a la memoria, siguen ahí, sujetos con grandes muros y vigas de madera desafiando al tiempo, evitando las modas y los problemas de los demás.

Caminar por lugares como estos es el paso atrás que a veces necesitamos, obstinados en lo actual y sin querer escuchar la memoria
La irregularidad de los muros tallada con el tiempo, supervivientes a los monocapas y aplacados que en un intento desesperado de ser nuevo y rural simulan piedra...habiendo piedra bajo estos. 

Esos edificios que han sobrevivido a ser travestidos son la auténtica lección de la arquitectura, la belleza de exhibirse como son, mostrar que la gran arquitectura nunca requirió de torreones y almenas, ni hoy de muros cortina.
Casco antiguo de Abanilla desde "el Corazón de Jesús".
Fotografía Víctor Martínez Pacheco

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