Lámparas y fuego. Reflexión sobre el incendio de Notre Dame.
El lunes pasado asistimos con un nudo en la garganta al incendio de la Catedral de Notre Dame de París. Si bien durante el transcurso del incendio se sucedieron valoraciones polémicas sobre la destrucción del templo o procedimientos como el dado por el Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en lo referente a utilizar hidroaviones para extinguir el incendio, la intervención se produjo de una manera impecable.
Pasado el éxtasis de la destrucción, podemos ver como grandes firmas privadas han ofrecido cantidades ingentes de dinero para la restauración, y en este punto es donde haría un par de valoraciones.
En primer lugar, que empresas privadas destinen fondos y esfuerzos para la preservación y restauración del patrimonio y la cultura en general me resulta esperanzador, no obstante deberíamos asumir que los monumentos, en propiedad del estado como es Notre Dame, o de entidades cualesquiera que sean, son, a fin de cuentas, patrimonio de la humanidad, tengan esta declaración o no.
Asumimos por patrimonio los grandes monumentos, sin embargo no debemos dejar de lado el patrimonio industrial, etnológico o ambiental, tan importantes en la cultura de España como sus catedrales. Aunque no voy a ahondar en este aspecto sí querría dejar presente que las diferencias entre mantener o reconstruir un patrimonio cultural son abismales económicamente, y quizás esta triste llamada de atención debería servirnos para reivindicar el papel de la restauración y conservación. Hemos visto como en las últimas semanas se han dado a conocer numerosos desprendimientos en la Catedral de Murcia, y algo así, repito, debería alertarnos como ciudadanos.
En segundo lugar, dado que el momento en el que estamos habla sobre Notre Dame, ahora es cuando comienza a hablarse sobre cómo habría de intervenir. De hecho, esta cuestión sólo se aborda en foros de arquitectura, porque parece haberse dado por sentado que la restauración será "com'era e dov'era", es decir reconstrucción del elemento tal cual era, y ya estamos viendo los primeros atisbos de un "gran concurso de arquitectura".
De cómo era Notre Dame antes de la famosa (y polémica) restauración de Viollet-le-Duc en 1842, se habla poco. El principio de le-Duc se basaba en que "restaurar un edificio no es mantenerlo, repararlo o rehacerlo, es restituirlo a un estado completo que quizás no haya existido nunca". Algunas de las incorporaciones que le-Duc incorporaría en su intervención sería la inserción de gabletes en las ventanas, invención propia del rosetón sur, cambio de la piedra de los arbotantes por piedra nueva, reconstrucción de todas las capillas interiores y altares, colocación en la fachada de estatuas nuevas y en la Galería de los Reyes, colocación de las cabezas perdidas en estatuas copiadas de catedrales cercanas y aislamiento de la catedral con la demolición de todos los edificios de los alrededores, así como una estatua propia en la base de la aguja ahora destruida.
Hoy, con las teorías de la restauración objetiva la restauración de le-Duc sería impensable, sin embargo, todos conocemos Notre Dame como un símbolo que corresponde a ésta intervención. Por tanto no es descabellado plantear una reconstrucción fidedigna de la techumbre y aguja de la catedral. Sin embargo podríamos también plantearnos, más allá del símbolo que representa el monumento, la posibilidad de que la catedral se quedara tal cual o se interviniera con una recuperación volumétrica que permitiera preservar la memoria del skyline sin caer necesariamente en levantar de nuevo las piedras.
La opción de intervención parcial probablemente sería la opción más adecuada, dado que la techumbre única que se ha perdido no será posible recuperarla. Tampoco sería disparatado que la aguja no fuera el material pétreo sólido que hasta el lunes fue, sino materiales que en conjunto nos permitan identificar el monumento que posee el valor de la memoria sin caer en una reconstrucción con limitado valor histórico. Ejemplos de ello podrían ser las intervenciones de la Iglesia de Corbera d'Ebre, donde la cubierta, perdida, se recupera volumétricamente con transparencias. No sería el caso tan radical dado que la mayoría de la cubierta de Notre Dame sigue intacta
En cuanto al "no restaurar", preservar la catedral con el daño sufrido, sería una visión más radical en cuanto a la memoria pero perfectamente válido (con ciertos matices, claro) en este caso. El máximo exponente de este movimiento es John Ruskin, contemporáneo de le-Duc y partidario de la "no restauración" en defensa de la autenticidad. Ruskin habla de mantenimiento de los monumentos y sinceridad en la intervención, con una concepción biológica de la arquitectura que nace, se desarrolla y muere.
Este movimiento lo resumía en lo que llamó Las Siete Lámparas de la Arquitectura: la del sacrificio, la de la verdad, del poder, de la belleza, de la vida, de la memoria y la de la humanidad y obediencia. Respecto a la lámpara de la memoria, Ruskin condena la restauración en estilo, defiende el mantenimiento y el respeto absoluto de la biografía del edificio.
En un contexto como este no sería absurdo edificar una negación a un hecho traumático para toda la humanidad como el incendio de uno de sus mayores símbolos.
Entender que el accidente ocurrido es parte de nuestra historia es crucial para asumir el papel de la conservación del patrimonio. El valor documental de cada piedra no se ha perdido, dado que conocemos hasta la última grieta de un monumento así, no obstante el valor histórico queda diluido y, dejando a Ruskin y sus lámparas un poco de lado, hacer un ejercicio de introspección para entender el valor sentimental de nuestros monumentos y preservar los aspectos que determinan nuestra percepción nos ayudará a despojarnos de la necesidad exclusiva de levantar de nuevo una aguja y una techumbre que todos vimos como la perdíamos.
Bibliografía
Teoría de la restauración, Cesare Brandi
Las siete lámparas de la arquitectura, John Ruskin
El "restauro storico", apuntes de Teoría del Patrimonio Arquitectónico, Juan Carlos Molina Gaitán
La restauración estilística, apuntes de la asignatura de Teoría del Patrimonio Arquitectónico, Juan Carlos Molina Gaitán.
Pasado el éxtasis de la destrucción, podemos ver como grandes firmas privadas han ofrecido cantidades ingentes de dinero para la restauración, y en este punto es donde haría un par de valoraciones.
En primer lugar, que empresas privadas destinen fondos y esfuerzos para la preservación y restauración del patrimonio y la cultura en general me resulta esperanzador, no obstante deberíamos asumir que los monumentos, en propiedad del estado como es Notre Dame, o de entidades cualesquiera que sean, son, a fin de cuentas, patrimonio de la humanidad, tengan esta declaración o no.
Asumimos por patrimonio los grandes monumentos, sin embargo no debemos dejar de lado el patrimonio industrial, etnológico o ambiental, tan importantes en la cultura de España como sus catedrales. Aunque no voy a ahondar en este aspecto sí querría dejar presente que las diferencias entre mantener o reconstruir un patrimonio cultural son abismales económicamente, y quizás esta triste llamada de atención debería servirnos para reivindicar el papel de la restauración y conservación. Hemos visto como en las últimas semanas se han dado a conocer numerosos desprendimientos en la Catedral de Murcia, y algo así, repito, debería alertarnos como ciudadanos.
En segundo lugar, dado que el momento en el que estamos habla sobre Notre Dame, ahora es cuando comienza a hablarse sobre cómo habría de intervenir. De hecho, esta cuestión sólo se aborda en foros de arquitectura, porque parece haberse dado por sentado que la restauración será "com'era e dov'era", es decir reconstrucción del elemento tal cual era, y ya estamos viendo los primeros atisbos de un "gran concurso de arquitectura".
De cómo era Notre Dame antes de la famosa (y polémica) restauración de Viollet-le-Duc en 1842, se habla poco. El principio de le-Duc se basaba en que "restaurar un edificio no es mantenerlo, repararlo o rehacerlo, es restituirlo a un estado completo que quizás no haya existido nunca". Algunas de las incorporaciones que le-Duc incorporaría en su intervención sería la inserción de gabletes en las ventanas, invención propia del rosetón sur, cambio de la piedra de los arbotantes por piedra nueva, reconstrucción de todas las capillas interiores y altares, colocación en la fachada de estatuas nuevas y en la Galería de los Reyes, colocación de las cabezas perdidas en estatuas copiadas de catedrales cercanas y aislamiento de la catedral con la demolición de todos los edificios de los alrededores, así como una estatua propia en la base de la aguja ahora destruida.
Hoy, con las teorías de la restauración objetiva la restauración de le-Duc sería impensable, sin embargo, todos conocemos Notre Dame como un símbolo que corresponde a ésta intervención. Por tanto no es descabellado plantear una reconstrucción fidedigna de la techumbre y aguja de la catedral. Sin embargo podríamos también plantearnos, más allá del símbolo que representa el monumento, la posibilidad de que la catedral se quedara tal cual o se interviniera con una recuperación volumétrica que permitiera preservar la memoria del skyline sin caer necesariamente en levantar de nuevo las piedras.
La opción de intervención parcial probablemente sería la opción más adecuada, dado que la techumbre única que se ha perdido no será posible recuperarla. Tampoco sería disparatado que la aguja no fuera el material pétreo sólido que hasta el lunes fue, sino materiales que en conjunto nos permitan identificar el monumento que posee el valor de la memoria sin caer en una reconstrucción con limitado valor histórico. Ejemplos de ello podrían ser las intervenciones de la Iglesia de Corbera d'Ebre, donde la cubierta, perdida, se recupera volumétricamente con transparencias. No sería el caso tan radical dado que la mayoría de la cubierta de Notre Dame sigue intacta
En cuanto al "no restaurar", preservar la catedral con el daño sufrido, sería una visión más radical en cuanto a la memoria pero perfectamente válido (con ciertos matices, claro) en este caso. El máximo exponente de este movimiento es John Ruskin, contemporáneo de le-Duc y partidario de la "no restauración" en defensa de la autenticidad. Ruskin habla de mantenimiento de los monumentos y sinceridad en la intervención, con una concepción biológica de la arquitectura que nace, se desarrolla y muere.
Este movimiento lo resumía en lo que llamó Las Siete Lámparas de la Arquitectura: la del sacrificio, la de la verdad, del poder, de la belleza, de la vida, de la memoria y la de la humanidad y obediencia. Respecto a la lámpara de la memoria, Ruskin condena la restauración en estilo, defiende el mantenimiento y el respeto absoluto de la biografía del edificio.
En un contexto como este no sería absurdo edificar una negación a un hecho traumático para toda la humanidad como el incendio de uno de sus mayores símbolos.
Entender que el accidente ocurrido es parte de nuestra historia es crucial para asumir el papel de la conservación del patrimonio. El valor documental de cada piedra no se ha perdido, dado que conocemos hasta la última grieta de un monumento así, no obstante el valor histórico queda diluido y, dejando a Ruskin y sus lámparas un poco de lado, hacer un ejercicio de introspección para entender el valor sentimental de nuestros monumentos y preservar los aspectos que determinan nuestra percepción nos ayudará a despojarnos de la necesidad exclusiva de levantar de nuevo una aguja y una techumbre que todos vimos como la perdíamos.
Bibliografía
Teoría de la restauración, Cesare Brandi
Las siete lámparas de la arquitectura, John Ruskin
El "restauro storico", apuntes de Teoría del Patrimonio Arquitectónico, Juan Carlos Molina Gaitán
La restauración estilística, apuntes de la asignatura de Teoría del Patrimonio Arquitectónico, Juan Carlos Molina Gaitán.
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