Entradas

Lámparas y fuego. Reflexión sobre el incendio de Notre Dame.

El lunes pasado asistimos con un nudo en la garganta al incendio de la Catedral de Notre Dame de París. Si bien durante el transcurso del incendio se sucedieron valoraciones polémicas sobre la destrucción del templo o procedimientos como el dado por el Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en lo referente a utilizar hidroaviones para extinguir el incendio, la intervención se produjo de una manera impecable. Pasado el éxtasis de la destrucción, podemos ver como grandes firmas privadas han ofrecido cantidades ingentes de dinero para la restauración, y en este punto es donde haría un par de valoraciones. En primer lugar, que empresas privadas destinen fondos y esfuerzos para la preservación y restauración del patrimonio y la cultura en general me resulta esperanzador, no obstante deberíamos asumir que los monumentos, en propiedad del estado como es Notre Dame, o de entidades cualesquiera que sean, son, a fin de cuentas, patrimonio de la humanidad, tengan esta declaración o no. As

Limites V

Antes de plantear la moralidad del muro como elemento de separación, conviene reflexionar sobre el punto de vista desde el que se plantea. Rem Koolhaas planteaba el supuesto de un muro basado en el de Berlín que recorría Londres y la dividía en la “zona buena” y la “zona mala”. El muro, que  albergaba lo mejor de la ciudad en su interior, estaba proyectado pensando en quienes querían proteger el futuro de la ciudad y de sí mismos del exterior, siendo prisioneros de su propia obra. […] Experimentamos así la impresión de hallarnos ante una situación en la que el sentimiento individual y el acto intelectual personal son demasiado débiles para afirmarse por sí solos sin el apoyo de manifestaciones afectivas e intelectuales análogas de los demás individuos. Esto nos recuerda cuán numerosos son los fenómenos de dependencia en la sociedad humana normal, cuán escasa originalidad y cuán poco valor personal hallamos en ella y hasta qué punto se encuentra dominado el individuo

Limites IV

Los muros son elementos más útiles en lo simbólico que en lo práctico, lo que no quita que se deba aportar una justificación que todos entendemos decorativa. Cada año en mis viajes hago alto en Procopia y me alojo en la misma habitación de la misma posada. Desde la primera vez me detengo a contemplar el paisaje que se ve corriendo la cortina de la ventana: un foso, un puente, un murete, un serbal, un campo de maíz, una zarzamora, un gallinero, el lomo amarillo de una colina, una nube blanca, un pedazo de cielo azul en forma de trapecio. Estoy seguro de que la primera vez no se veía a nadie; fue solo el año siguiente cuando, por un movimiento entre las hojas, pude distinguir una cara redonda y chata que roía un choclo. Al cabo de un año eran tres  sobre el murete, y al regresar vi seis, sentados en fila, con las manos sobre las rodillas y algunas serbas en un plato. Cada año, apenas entraba en la habitación, levantaba la cortina y contaba algunas caras más: dieciséis, incluidos

Limites III

Víctor Leblow, un analista de ventas en la reconstrucción de la postguerra, escribía “Necesitamos que se consuman cosas, que se quemen, se desgasten, se sustituyan y se tiren a la basura a un ritmo cada vez más rápido”, acuñando sin saberlo el alma del esplendor del Antropoceno: la obsolescencia. Sin embargo, el concepto de obsolescencia no debe llevarnos a significado tecnológico ni malvadamente prediseñado por las magníficas industrias que consumen nuestros salarios. La obsolescencia es inherente (y necesaria) para los ritmos y modos de consumo actual. Del mismo modo que no concebimos que no salgan nuevos modelos de iPhone, nuevas actualizaciones para nuestras “apps” o al menos cinco tipos de leche en el supermercado para ejercer nuestro derecho de libremente no escoger ninguna. […] A ambos extremos de la jerarquía (y también en la sección central de la pirámide, atrapadas en un dilema entre los unos y los otros), las personas se ven acuciadas por el problema de la identida

Limites II

Mel Brooks decía “Tragedia es cuando me corto mi dedo. Comedia es cuando  caes en una alcantarilla abierta y mueres.” Nuestra capacidad de seres inteligentes nos permite abordar un problema en sus primeros síntomas, buscando siempre que no exista una consecuencia. Sin embargo, nuestra capacidad de razón, que posee la dulce habilidad de ser camuflada cuando la situación lo requiere, se ve inevitablemente contaminada por un instinto básico que prima como ley fundamental nuestra supervivencia frente al bien común. Hoy prácticamente toda la población mundial tiene acceso a información al instante. No es complicado observar el impacto de los combustibles fósiles o la ganadería intensiva; no es difícil conocer quién fabrica los móviles; no cuesta saber cuanta gente muere de hambre frente a la comida que tiramos. Conocemos a tiempo real. Dicho esto, asumimos que los daños son colaterales si han de suceder a otros por un bien común (bueno para no tener que plantearnos nuestra comunidad).

Limites I

¿Qué ocurre al otro lado de un muro? Los muros declaran voluntades y justifican intenciones. Son muros los edificios, pero también las presas y ríos. Sin embargo, el auténtico elemento divisorio son los idearios, que no los ideales, quienes mueven la vida de todo humano. Las agrupaciones se fundamentan en la distinción del resto de seres, además de la conjunción de unos pocos, y forman barreras continuamente frente a quienes no caben en esta unión. Estas cotas que marcamos cada día no son en absoluto sistemas violentos en su mayoría. Fijamos límites y segmentamos cuanto podemos para generar formaciones digeribles.  Sería absurdo tratar de evaluar el impacto de cada decisión y por ello existe el instinto, un atajo a la lógica que carga con el peligro de nuestros miedos y deseos irracionales, quienes en última instancia y a falta de la razón, edifican los muros. No debemos por tanto juzgar las barreras que periódicamente nuestra sociedad levanta en diversos ámbitos como c

Centro de celebraciones en las Salinas de San Pedro del Pinatar

Imagen
La halita, roca formada por la cristalización de la sal, es un evento geológico en sí mismo, un fotograma del tiempo reflejado en el espacio, porque cristalizar es velocidad, es flujo...transición de estados de la materia. Y en verdad el espacio son secuencias, y nuestras percepciones fotos de su esencia. Concurrimos a distintas velocidades porque recurrimos a distintos actos, el espacio no se adapta sino que recoge lo que somos cuando lo usamos, lo paseamos, lo traspasamos, recorremos, vagamos y vagabundeamos. Un potenciador de deambulación, como los denomina Francesco Careri en "Walkscapes", un generador de estar, un soporte de creencias, un motor de  vivencias. La sal es por tanto un fluido sólido, una maqueta geológica de la arquitectura que representa las velocidades que condicionan el espacio. Un efecto Venturi que se modifica con la aceleración, dando lugar a espacios radicalmente diferentes a los que darían un proceso largo y pausado, casi sin necesidad

Juego de transparencias

Cada día tenemos un tema de actualidad con pinta de nuevo pero, como nuestra historia misma, más bien recurrente y viejo. No nos gusta aprender, dice un tal PISA. Y es que hoy es Facebook con inminencias anunciadas pero, sin atreverme a hacer vaticinios, mañana la ocurrencia contará otra historia de la que ya habremos hablado . Facebook, Google, Apple...se han convertido en dueños de nuestra vida , y no por los datos que tengan de nosotros y que nos conozcan más que nosotros mismos, sino por la dependencia con la que nos hemos rendido ante ellos y sin los cuales, hoy, podríamos poco más que sobrevivir. Como decía, esto, que siempre es nuevo y más bien viejo, "viejoven" en adelante, me recuerda a un artículo que leí  de Luis Fernández Galiano, nada menos que en 2013, sobre los límites de la intimidad que peleamos por salvaguardar en ciertos aspectos, y las cesiones incondicionales que no dudamos en regalar por otra parte. O más reciente, "la casa sin intimidad hacia

Maquillajes y bambalinas

Lo más importante es sembrar la confusión, no eliminarla. Dalí A los pioneros se les tiende a tachar de genios cuando la mayoría son insensatos que por despiste o inconsciencia llevaron a la práctica asuntos al menos cuestionables. La arquitectura es una materia donde con cierta asiduidad determinados rayos de modas, que si bien pudieron tener un fundamento en sus orígenes, mutaron y se trasladaron al proyecto arquitectónico. Recuerdo que cuando entré en la Escuela existía una moda de imprimir con fondo negro: algo tan práctico como valerse del poco espacio negativo que pudieran formar unas cuantas líneas sobre un fondo de papel blanco y rellenar el resto en una manta de tinta ...imagino que simulando los blueprint en versión casposa, poco práctica y algo descabellada, sin embargo este gesto permitía de forma hábil a quien quisiera no comprender el contenido, disfrutar de un esperpéntico descarrilamiento mental con el continente. No mucho más tarde y casi como relatos qu

Zombies y arquitectura

Imagen
El otro día me pasaron del Canal de la UPCT la entrevista que me hicieron al participar junto a mi amigo  Adrian Perez  en un taller de prevención en la arquitectura para la Semana de la Ciencia y la Tecnología 2017 en Murcia dirigido por Javier Domínguez. El taller que organizamos consistía en proponer situaciones tanto comunes como distópicas para evaluar los riesgos y los peligros, y concienciar de la importancia de la toma de decisiones así como la importancia de las normas aunque no entendamos siempre sus razones. Para ello repartimos flyers de consejos y actividades para sobrevivir en un apocalipsis nuclear o zombie, así como al ir al colegio o en una obra.