Limites III

Víctor Leblow, un analista de ventas en la reconstrucción de la postguerra, escribía “Necesitamos que se consuman cosas, que se quemen, se desgasten, se sustituyan y se tiren a la basura a un ritmo cada vez más rápido”, acuñando sin saberlo el alma del esplendor del Antropoceno: la obsolescencia. Sin
embargo, el concepto de obsolescencia no debe llevarnos a significado tecnológico ni malvadamente prediseñado por las magníficas industrias que consumen nuestros salarios. La obsolescencia es inherente (y necesaria) para los ritmos y modos de consumo actual. Del mismo modo que no concebimos que no salgan nuevos modelos de iPhone, nuevas actualizaciones para nuestras “apps” o al menos cinco tipos de leche en el supermercado para ejercer nuestro derecho de libremente no escoger ninguna.




[…] A ambos extremos de la jerarquía (y también en la sección central de la
pirámide, atrapadas en un dilema entre los unos y los otros), las personas se ven
acuciadas por el problema de la identidad. En la cumbre, el problema consiste
en elegir el mejor modelo de los muchos que actualmente se ofrecen,
ensamblar las piezas del kit (que se venden por separado) y fijarlas de manera
que no queden demasiado desencajadas (no sea que los fragmentos
antiestéticos, pasados de moda y envejecidos que deben permanecer ocultos
por debajo asomen por entre las costuras abiertas) ni demasiado apretadas (no
sea que el mosaico se resista a ser desmantelado a muy corto plazo cuando
llegue el momento de deshacerlo, que sin duda llegará). En el fondo, el
problema consiste en aferrarse rápidamente a la única identidad disponible y
mantener unidos sus pedazos y sus piezas mientras se combaten las fuerzas
erosivas y las presiones desestabilizadoras, reparando una y otra vez las paredes
que no dejan de desmoronarse y cavando trincheras aún más hondas. […]
Inspirándose en parte en la descripción que hizo Joseph Brodsky de sus
contemporáneos -acomodados en el plano material pero empobrecidos y
famélicos en el espiritual; hartos, como los habitantes de la Eutropia de Calvino,
de todo aquello de lo que ya han disfrutado hasta el momento (el yoga, el
budismo, el Zen, la contemplación, Mao) y, por consiguiente, prestos a
adentrarse (con la ayuda de la última tecnología, por supuesto) en los misterios
del sufismo, la cábala o el sunismo para robustecer así sus decaídas ganas de
deseo-, Andrzej Stasiuk, uno de los archivistas más perspicaces de las culturas
contemporáneas y de su descontento, elabora una tipología de <lumpenproletariado
espiritual> […]
Los afectados por el virus del <lumpenproletariado espiritual> viven en el
presente y por el presente. Viven para sobrevivir (en la medida de lo posible) y
para obtener satisfacción (tanta como puedan). Como el mundo no es para
ellos un terreno de juego local un tampoco algo de su propiedad (al haberse
liberado de las cargas de la herencia, se sienten libres pero, en cierto sentido,
desheredados, como si les hubieran robado algo o alguien les hubiera
traicionado), no ven nada de malo en el hecho de explotarlo a su voluntad;
para ellos, la explotación no es odiosa en la medida que tampoco lo es robar
para recuperar lo que nos han robado.
Alisado hasta formar un presente perpetuo y dominado por la preocupación
por la supervivencia y la gratificación (se necesita gratificación para seguir
viviendo y se necesita sobrevivir para obtener más gratificación), el mundo que
habitan los <lumpenproletarios espirituales> no deja margen para preocuparse
por ninguna otra cosa que por lo que pueda ser consumido y disfrutado en el
acto: aquí y ahora.

Vida Líquida.

Zygmunt Bauman

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