Reminiscencias religiosas en la arquitectura

"La arquitectura nunca fue un lugar para habitar el hombre sino el alma."

Hogar es una palabra cálida, acogedora, y sin embargo tan flexible que su marco es aplicable desde la escala más reducida hasta ámbitos meramente subjetivos que sólo pertenecen al propietario que la formula.
La protección de lo extraño, el recelo de lo bárbaro, o la seguridad y el cobijo no fueron motivos suficientes para que el hombre pusiera una piedra sobre otra y engendrar la arquitectura.
Imaginemos un lugar árido, un pedregal, una zona donde llueve sol y no se escucha más ruido que el silencio interrumpido por las alimañas al fondo y el viento rasgando el suelo. En medio de un paraje neutro, donde cada piedra se agrupa con la de al lado de la misma forma que las siguientes, alguien decide distinguir la enfermiza monotonía del terreno robando una piedra del suelo y colocándola sobre otra. Ese es el punto de diferencia frente a las demás, algo sucedería ahí, que no podía permitirse ser olvidado en el paisaje infinito. ¿Con qué misión? La misma por la que hoy existe la arquitectura como la conocemos. Protección, pero no de nuestros cuerpos, sino de nuestra humanidad.

Son muchos los animales con "instinto" para hacer sus guaridas, y es por ello que el acto de edificar es un proceso accidental de la arquitectura y no es esta en sí. La humanidad reside en el hecho de percibir lo intangible, impregnar de emociones allá por donde vamos, y el santuario, la morada, el hogar, es el recipiente donde éstas fluyen y nos reconfortan.

Podríamos hablar de el sentido religioso que ha determinado en toda la humanidad a la arquitectura, desde los procesos de fundación de la ciudad hasta las construcciones más esplendorosas. Sin embargo todos sabemos llegar a una catedral y dejar enamorarnos por sus sillares que hablan entre susurros las historias del espíritu que les hizo que estén allí y la intensidad de emociones que han albergado entre los muros. No, a mi me apasiona la pequeña gran arquitectura. Porque los monumentos de hoy no son las catedrales, son los grandes edificios que con otro lenguaje cuentan la misma historia, y por enorme que sea el edificio que se esté levantando en tu ciudad, la emoción que te produzca nunca será la que sientas al terminar tu vivienda.

El amor a la vivienda no es distinto a ningún otro amor. No buscamos la comparación objetiva, ni sentirnos poseedores, sino poseídos: nuestro corazón está en un sitio, y éste nos permite actuar de humanos, ser diferentes, nosotros mismos. Y por ello la morada debe responder al morador, buscando en el acto de generar la arquitectura, el proyecto, las necesidades que quien la habite no pida ni tenga nunca que darse cuenta que existen.
Al final un cascarón, sólo es un cascarón, y son los detalles los que hacen del continente arquitectura, porque como decía Mies van der Rohe "Dios está en los detalles".
Después de todo, la verdadera religión siempre ha sido la del hombre mismo, y su catedral no podría ser otra que el lugar donde, simplemente, es.
Catedral de Granada.
Fotografía: Víctor Pacheco


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